Juro que hace días
pienso en escribir una entrada sobre algo hermoso que me estaba pasando. Más
que bello, casi mágico! Hace poquito tiempo logré lo inimaginable: ir al baño
sin ver la bombacha! Las que no han pasado por algún feo momento se creerán que
esto es una gran joda, pero puedo asegurar que muchas me entenderán
perfectamente sin que necesite explicarlo.
De hecho, hice un
brindis con mi marido con juguito de naranja (mi gran aliado estos meses)
festejando el primer día que me puse bombacha negra, y sin protector diario!!!
Toda una loca! Incluso pude vivir por primera vez lo que se sentía levantarse
de la cama y no girar como desquiciada a chequear la sábana.
Y con esa primera
bombacha negra vinieron varias cosas más. Como comprarle algo al peque, recibir
regalitos, empezar a ver por primera vez qué cornos es una cuna, catre,
charriot, etc. (y, sobre todo, si entran en la habitación). Incluso estrenarme
un hermoso vestidito negro marcando mi pancita en la primera reunión familiar y
social post embarazo, y aceptar las felicitaciones de todos (momento increíble
si los hay).
Justo al día
siguiente de ese grandioso día, sentadita en mi casa trabajando un poco, con mi
infaltable bombacha negra y muy feliz… Sangré. Rojo intenso. Otra vez. Más de
un mes después del último incidente. Sin haber hecho NADA que lo justifique.
Como para no
olvidar, ni por un segundo, que soy una infértil que logró embarazarse. Y
punto. Que todo siempre es peligroso aunque no lo sea. Que la felicidad es
demasiado cotidiana, de a horitas, ni siquiera de a días.
Y te lo recuerdan
los idiotas que te encontrás en las guardias, y cuando les decís que sangrás,
que tenés trombofilia, y te preguntan cómo te embarazaste y ponen cara, y
chequean tu edad en la hojita y ponen cara otra vez, y te mandan a hacer una
eco como si te llevaran al matadero, mientras te dan el pésame con el tono de
voz. Y cuando volvés con un eco divina en donde tu peque (ya no debería
llamarlo más así porque sus medidas le dan más grande de lo que es) no se
dejaba medir de lo gimnasta que se volvió, reaccionan sorprendidos con algo
como "ahhh… no me esperaba una eco así!". Y te volvés a sentir una
estúpida infeliz que es feliz porque no se da cuenta. Pero te vas con tu eco a
tu casa, llamando a obstetra de alto riesgo y hematóloga y pasando el parte, y
cambiando dosis, suspendiendo medicamentos, agregando otros. Y seguís siendo
una infertil más que, aunque ya está de 13 semanas, todavía su cuerpo no tiene
ni la más puta idea que hacer.
Porque sí, había
algo que festejaba este domingo, un día que tenía marcado en mi calendario de
la heladera como majestuoso. Ese domingo feliz, bajaba la dosis de la
progesterona y los dos tipos de estradiol distintos que tomo y chupo (vía
vaginal) desde hace 13 semanas. Para que el próximo domingo ya no los tenga que
usar más.
Y como mi cuerpo no
entiende nada, o porque ya lo abusé demasiado pobrecito, o porque es muy tonto
como siempre creímos médicos, especialistas y yo, sangré. Y volvimos con la
dosis otra vez. Medio día me duró la felicidad de restar una progesterona y dos
estradiol. Y me gané 15 días más (por ahora) de esas 8 pastillas por día.
También me anuló un
sueño que tengo desde el positivo: cumplir las 12 semanas e ir con mi amorcito
unos días a la playa a mimar la panza y disfrutar por fin este embarazo. Unos
días que iban a comenzar la próxima semana luego de las visitas de rigor a todos
los médicos que llevan adelante esto. Ahora no, no quiero. Tengo miedo de
manchar en medio de la nada. Tengo miedo de que me achiquen la dosis en medio.
Y tampoco le puedo sumar romanticismo a esos días "por fin" juntos,
cuando no podemos hacer nada de lo que, sin dudas, íbamos a disfrutar. Espero
me entiendan.
Así que acá me
quedo, incubando la bronca de seguir siendo una infértil trombofílica
hipotiroidea insulino resistente con natural killer elevadísimas. Pero
disfrutando segundito a segundito que estoy embarazada.
Como le leí hoy a una
hermosa amiga de blog y de panza (casi casi a la par!), "se hace lo que se
puede en este camino de las angustias". La nube de felicidad en la que
vivo a veces se vuelve gris (técnicamente roja), pero está. Poco pomposa, es cierto, medio desinflada.
Pero juro que está.
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Panza de 12 semanas (salió una mañana de golpe!) |