jueves, 9 de julio de 2015

Con el "NO" siempre.


Tengo 40 años. No puedo estar más sana. Y soy infértil.
Es muy loco esto de estar enferma pero no estarlo. Tan cierto como que la infertilidad es la única enfermedad que padecen dos personas.

Hace doce años me enamoré de mi mejor amigo, y por suerte él también de mí. Y tempranamente, a la semana de nuestro primer beso, lo supe. Él no iba a poder darme un hijo. Y lo escribo así porque así fue como él me lo dijo. Porque eso era "algo que él tenía que darme a mí". Y, por este motivo, no podíamos estar juntos. Sería mejor que termináramos con lo nuestro incluso antes de que empezara. Total… todavía no nos habíamos enamorado.
Pero, como soy muy obstinada (y como me enamoré demasiado rápido) llegué a la sencilla conclusión de que entonces iba a ser yo la que le dé un hijo a él. Porque estaba segura que con la mejor onda del mundo, iba a poder. Yo tenía la confianza que a él le faltaba. Como si de confianza se tratara esto!


Desde ese día, no nos separamos ni un segundo. Armamos un emprendimiento juntos, que primero era una distracción entre clases de la facultad (que también cursábamos juntos) para ser después, e incluso hoy en día, nuestro medio de subsistencia.
Primero se mudó conmigo a la casa de mi mamá, hasta que pudimos tener nuestro nidito de amor tan ansiado. Seguimos ampliando nuestros horizontes comerciales. Y así se nos pasaron los años, en los que nos "olvidamos" de lo importante. Y lo pongo así, entre comillas, porque, lógicamente, jamás nos olvidamos.
En alguna que otra charla nocturna rodeada de buenas y muchas cervezas, nos dijimos que no queríamos tener hijos. Esta era vida. Y viajar. Y ser "hippies" pero con una buena casa, wifi y hd. Y que un hijo implicaba demasiadas complicaciones. Mirá qué bien estamos ahora! 
Jamás creímos eso. Pero era mejor asumirlo así para no pasarnos la vida quejándonos por nuestra mala suerte.
Un niño entre 17 millones nace con lo que nació mi marido.

Retomo. 
Cuando pudimos mudarnos juntos, surgió otra vez el pensamiento. Ahora ya teníamos un hogar, estábamos mínimamente establecidos, ahora sí podíamos hacer el intento. Si intentábamos, si calculábamos los días, y él hacía fuerza, y yo oprimía mis músculos y "aspiraba", seguro alguno que otro iba a nadar hacia adentro. Aunque ni lo viéramos ni nos diéramos cuenta… es bien sabido que en el plasma seminal pre eyaculatorio alguno que otro se cuela.
Y entonces, le escribí una carta. Le dije que ya podríamos hacer el esfuerzo. Que no importaba si no tuviéramos la plata para mandarlo a una buena escuela. Que le iba a poner toda la garra para que pase. Que yo sabía que los milagros eran posibles. Mirá cómo nosotros dos tontos solitarios nos encontramos y nos enamoramos?!?!? Sería lógico que pudiéramos tener algún tipo de gracia divina que nos ayudara una vez más.

Y así, con todo ese empeño, agarramos unos días maravillosos de vacaciones solos (las primeras vacaciones berretas que en 8 años pudimos pagarnos) y, a los 14 días, yo estaba con el primer ATRASO en mi vida! Un milagroso atraso que me duró tres días. Guauuu!!!!!!! Tres días fue muchísimo más de lo que jamás había conseguido, y de lo que jamás conseguiría.
 
Hasta que me vino. Lloré en el baño como una tonta, es que sí lo era, y me di cuenta en ese momento. Y, cuando salí del baño, lo encaré al por entonces mi novio y le dije: ya que pudimos vivir juntos, y que no tenemos en qué más gastar los pocos pesos que tenemos ahorrados… casémonos!
Y pusimos fecha. Y preparamos un casamiento espectacular y a pulmón (hasta con vestido, ramo, tocado, ambientación, invitaciones, etc, etc, etc casero). 

Y en la luna de miel, en una noche preciosa del lugar más soñado donde yo era una princesa de mis cuentos de hadas, y cenábamos en un fantástico restaurante que nunca hubiéramos podido pagar de no ser por la ayuda de mis suegros, sin ningún preámbulo, el amor de mi vida me dijo: "quiero tener un hijo, hagamos algo".

Y lloré tanto! Nueve años y  medio esperé que el amor de mi vida lo deseara así. Lo esperé en silencio, casi sin saber que lo esperaba. Pero en ese momento me di cuenta cuánto lo ansiaba, cuánto necesitaba que él quisiera dejar de ser lo que estuvo destinado a ser desde el vientre de su madre. Que no bastaba con aceptar la enfermedad, una enfermedad que no puede curarse porque el daño ya se hizo. Que necesitaba decirle a la enfermedad que se cagaba en ella. Que dejara sus prejuicios, y la mochilla de rocas que cargaba desde su infancia.
 
Volvimos de la luna de miel y empezamos con todo este despelote. 

Pero, a diferencia de todas las infértiles que adoro leer todas las noches desde ese entonces, nosotros estábamos felices. Porque no nos desayunamos con ninguna noticia catastrófica. No esperamos meses, años, de tías coloradas que llegan sin que las invitemos. Porque, aunque siempre ilusionada, la física directamente nos lo impedía. Nosotros siempre lo supimos. Tuvimos un NO por doce años en mi caso, en el de mi marido por ya 32 años (sí, soy robadora de cunas!).
Entonces, cada visita al médico era estar más cerca de convertir lo imposible en posible. Cada estudio era un paso más. Aunque mis miedos eran terribles. Por problemas económicos estuve muchos años sin cobertura médica. Y, sumado a mi edad, no sabía si tendría algún problema en el que nunca habíamos pensado porque total no era importante.
Pero no, la suerte fue grande. Yo estaba perfecta. Con un fsh no acorde con mi edad, un endometrio precioso, unas trompas tan permeables como un paraguas de tul (unas trompas que, por cierto, jamás voy a usar, qué ironía), ni un pequeño positivo de alguna bacteria sin importancia. Tan sólo una mini elevación del tsh que me provoca un hipotiroidismo subclínico que controlé enseguida. Doscientos estudios y todos perfectos.
Mi marido, sólo un estudio. Sólo un maldito fucking estudio y todo se complicó. 
Las recurrentes operaciones que tuvo en la zona para corregir su condición congética,  le dejaron una importante secuela no visible. Cantidad, magnífica. Kruger, en el límite entre normal y envidiable. Leucocitos, ph, viscosidad, y bla bla bla, más que óptimo. Movilidad… 1%. De la A y de la B juntas. Vivos e inmóviles 80%.
Lo que era una segura inseminación, porque según el urólogo que lo vio nacer y conoce sus "cositas" más que yo: "sólo hay que hacer que tu esperma llegue a ella", se transformó en un "ICSI de cabeza, mejor que lo hagamos rápido y qué porcentaje de mierda".
Y acá estamos. Por mala suerte las cosas se complicaron para mi también. Y digo por suerte entre sonrisas cómplices con él, así sus culpas se sienten menores. Pero esa es otra historia que ya contaré.

Y, de pronto, ya no me quejo por algún que otro dolor de cabeza. Ya no me baja la presión con la aguja con la que me quitaron sangre un par de veces en mi vida, porque jamás estuve enferma de nada. Porque los controles son semanales y ya aprendí a pensar en lo valedero de los motivos. Y pasé de impresionarme por hacerme una ecografía con la regla, a suplicarle a mi médico que me hiciera una histeroscopia. 
Y, aunque me extendí demasiado (tener poder de síntesis nunca estuvo entre mis virtudes), necesitaba contarles mi historia.

Ahora, en este nuevo momento de mi vida, luego de doce años de asumir una realidad oscura que me negaba la posiblidad de intentar lo que más ansío en el mundo, no puedo dejar de ver la vida con optimismo. A pesar de los negativos y el dolor.
Porque siempre tuve el no, porque me enamoré de un infértil (o elegí hacerlo, vaya uno a saber!) y, de esta manera, me convertí en infértil también yo.
Porque, al fin y al cabo, infértiles somos todas nosotras, la que tiene ovarios poliquísticos, endometriosis, trompas obstruidas, azoospermia, todas. 
Lo que me llena de optimismo es saber que siempre lo supe. Que no tuve que reponerme de una patada en los ovarios cuando los resultados de un análisis me salieron como el culo.
Y eso me hace pensar que todos tomamos esto desde el lado equivocado: nosotras somos mamás, podemos serlo, lo tenemos ahí cerquita, en la palma de la mano, y la puta suerte nos esquiva todos los meses. 
Los tratamientos son un puente, pero también son un endemoniado obstáculo que hay que sortear para conseguir lo que se da de hecho que merecemos. Por eso nos jode la realidad, y los malditos pinchazos, y los embarazos ajenos. Porque a todas se les hace fácil, al punto de que con sólo "relajarse y dejar de pensar en eso" les pasa y listo. Y nosotras no tenemos otra que pasar por todo este calvario.
Porque nos convencemos toda la vida que es tan fácil como estornudar. Que a todos les pasa así, sin más que desearlo y disfrutar del amor con su pareja.
Y ese es el error. Eso es lo que tan equivocadamente nos enseñan desde chicas.

Tal vez sería mejor pensarlo al revés. Tener un hijo no es nuestra opción. Se nos fue negado, de por vida y para siempre. Y, mientras intentamos entender de qué carajos habla esta loca en el blog, y aprendemos a asumir ese NO gigantezco que tenemos tatuado en la frente, la medicina nos abre una puerta. 
No podemos, no se olviden. Pero de pronto aparece una chance. De cambiar el destino. Sí, es un calvario, y duele, y jode, y lastima. Y seguimos puteando la fucking suerte de las embarazadas "sin casi buscarlo".
Pero no es nuestra mala suerte la que nos puso en esto. Es nuestra buena suerte la que nos abre una puerta para conseguir lo que de otra manera no podríamos.
Si querés enojarte, hacelo. Está bien. Tenés razón en enojarte, esto es una mierda.
Pero en algún momento vas a tener que dejar de hacerlo. Y agradecer que la vida te llevó hasta donde estás. Que existen las ia, las fiv, las icsis, las ovos, las iad. Que tenés la posibilidad. Que sos fuerte. Que el amor es fuerte. Y que, por suerte, el amor todo lo hace posible.
Así que pataleá, puteá, sacate la bronca, pinchá muñequitos vuduú contra las que se embarazan por que el marido les sopló las orejas. Levantá la cabeza. Y agradecé a la puta suerte que te puso a la medicina adelante para cambiar nuestro destino infertil.

1 comentario:

  1. Sólo puedo decir... IMPRESIONANTE
    Es una historia preciosa, con sus baches y caídas, pero preciosa. Me encanta tu actitud ante esta vida, no la pierdad nunca!
    Un abrazo fuerte

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