Debería saludar algo así como "hola infértiles divinas y re copadas a las que vengo leyendo desde hace dos años y con las que aprendí a tolerar este desastre!". Porque convengamos que quien lee esto no puede ser más que una infertil más, vagando por el cyberespacio, intentando descubrir que infértiles somos unas cuantas.
Pero mi realidad es otra.
Desde la primer consulta con el médico de fertilidad, comencé a escribir una especie de diario de todo este despelote, llamado en mi notebook tan cúrsimente como "Diario a un sueño". Para que nuestro hijo lo leyera en un futuro. Para que supiera toda nuestra lucha y qué difícil había sido que existiera.
Pero la lucha se hizo más extensa y más difícil de lo que imaginaba y, sobre todo, hubiera querido. Y tras el tercer negativo hace un par de meses, dejé de escribir. Por primera vez me atacó la negatividad, y me pregunté qué haría con tanto escrito sentimentaloide si no hubiera quién lo leyera en un futuro.
(Ahora no. Ahora vuelvo a confiar en la suerte que todavía no tuvimos, y que ya cambiará.)
Pero me puso a pensar.
En dejar de leer. En dejar de creer que era un trámite que había que sortear. En descargar. Y no callarme. En soltar.
Todavía más, cuando la gente que nos rodeaba y que sabe todo esto, se comenzó a alejar. Mi corazón quiere ser bueno y piensa que tienen miedo y no saben cómo reaccionar. Mientras nuestro entusiasmo nos hacía compartir cada estudio y cada paso dado como una gigantezca batalla ganada, todos nos animaban aún más. Pero cuando la incertidumbre nos llenó los días, y ya no había respuestas de nuestro médico, y nos enroscó el miedo de jamás lograrlo. Dejaron de preguntar, de alentarnos, de estar.
Nos convertimos en esa gente molesta que sólo habla de cosas feas.
Sin quererlo.
No somos negativos, ni nos quejamos jamás (no delante de los demás). Pero nuestra vida en estos momentos (y en estos últimos dos años) es un GRAN tratamiento de fertilidad. Cada semana hay un estudio, una cita médica. Cada día tengo que pensar lo que como y lo que hago, para que mi cuerpo se estabilice, mi colesterol no se vaya por las nubes y mi glucemia no trepe el aconcagua simplemente porque mis hormonas se traslocan de la nada. Esto es lo que somos ahora. Y cada cosa que hacemos está, muy a nuestro pesar, supeditada por este hecho.
Y eso nos hace más unidos que nunca. Más infelizmente felices. Porque ya no nos angustian los remedios, cómo cambio nuestra vida o cualquier estudio invasivo. Me pincho lo que sea por el motivo loco que se te ocurra. Y me río de eso. Lo "anecdotizo" todo porque así lo hago parte de la cotideaneidad y no se hace tan bizarro.
Lo único que nos hace llorar, pero llorar de verdad, es sentir (en algunos pequeñitos ratitos) que París jamás nos responderá.
Sin importar cuántas cartas escribamos.
Por eso, ahora le escribo desde acá. Y desde twitter. Intagram. Y cuánto medio vaya encontrando.
Gracias por leer.
Hola bonita, me alegro que hayas decidido dar el salto a esta familia cibernética, la de llos blogs, twitter... A mí me hace mucho bien poder "soltarlo" todo y espero que en ti surja el mismo efecto. Y sobre todo que sepas que no estás sola y que hay un montón de gente dispuesta a ayudarte, comprenderte y acompañarte en este duro camino que nos ha tocado sortear para conseguir nuestro sueño, porque llegará.
ResponderEliminarDesde hoy aquí me quedo a tu lado, un gran abrazo y mucho ánimo.
hola tambien te sigo, te mando muchos animos y fuerzas para continuar en esta lucha, besos
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