Comencé el 2015 muy
triste. Venía de nuestro segundo negativo y me habían dado positivos los
estudios de trombofilia. Lo comencé a punto de tener el turno con la hematóloga
que tanto había esperado. Sabiendo que todo iba a ser más complicado. Que si
algún día lograba embarazarme, no se iba a parecer en nada a ese embarazo con
el que tanto soñé. Que tenía riesgos, angustias, estudios, inyecciones…
Agradeciendo no
haber tenido antes un positivo porque, sin dudas, lo hubiera perdido después de
tanto esfuerzo. Brindando esa noche, hace un año exacto, por los tres
embrioncitos que nos esperaban congelados. Pasando más tarde, casi a las 4 de
la mañana cuando volvíamos de la cena familiar, por la puerta de la clínica
donde estaban. Para hacerles sonar cascabeles en el auto, dos pisos más abajo.
Para desearles un feliz año.
Después vino todo un
mes preparando mi cuerpo con hormonas para que me arranquen un pedazo de útero
y analizar si algo andaba mal en él, y si la fecha coincidía. Y al mismo tiempo
me enteré del tercer embarazo de mi cuñada. Y a la semana, uno de mis hermanos
me regaló mi sobrino número 12.
Después tuve dos
pequeños embrioncitos de la mejor calidad dentro. Y volví a ser feliz. Y volví
a encontrarme con otra beta imperceptible
Y no quedaban muchas
alternativas. Cambiar los gametos. Dijimos que no. Yo no estaba preparada para
ver más de 20 folículos en ecografía y tener que ignorar que en uno de ellos
podía tener una chance. Y no quería que mi marido, después de 33 años de saber
que no podría ser padre biológico, renunciara a otra oportunidad de demostrar
que podíamos cambiar ese destino. Me costaba asumir cambiar algún gameto "sólo por probar". Necesitaba razones.
Nos hicimos los cariotipos y estaban ok. Debo de confesar que una parte mía quiso que hubiera un problema. Me dolía no encontrar motivo para renunciar a nuestra genética y sentía que, si eso iba a ocurrir en un futuro, mejor que fuera por un mal cariotipo.
Nos hicimos los cariotipos y estaban ok. Debo de confesar que una parte mía quiso que hubiera un problema. Me dolía no encontrar motivo para renunciar a nuestra genética y sentía que, si eso iba a ocurrir en un futuro, mejor que fuera por un mal cariotipo.
Sólo quedaba una chance.
Una pequeña oportunidad de tener, además de todos los problemas, la más rara de
las infertilidades. Alloinmune. Siempre me causó gracia el término ESCA,
esterilidad sin causa aparente, porque yo sentía que tenía ETCA esterilidad con
todas las causas aparentes. Podía ser cierto además tener un problema
Alloinmune? Un tratamiento experimental. Las más dolorosas vacunas. Seis, una
cada 21 días. Y tachar los días en el calendario. Mientras buscaba en internet
algún caso donde hubiera resultado. Y sólo leía que en muchos países estaban
prohibidas. Una loca oportunidad.
Muchos estudios más.
Y preparar mi
cuerpo. Leer. Informarme. Descubrir detalles que me hacían mal. Empezar a
conocerme, entenderme y atar cabos.
"Aquietarme".
Pelearle a la
prepaga y al estado una ley que poco se cumple.
Mi madre en terapia
peleándole a la vida por un asalto y privación de la libertad.
Seguir adelante.
Comenzar una
estimulación con dosis mínimas. Exponer mi cuerpo otra vez. Anticoagularme
desde el inicio para no correr riesgos. Hiperestimular. Punzar. Y seguir
anticoagulandome.
14 embriones
formados. Y nada andaba bien. Todo parecía haberse perdido. Todo un año de
prepararme, de pelarla médica, física, psicológica y burocráticamente.
Cinco embriones
congelados.
Y a arrancarme dos
pedazos del útero otra vez. Mi útero tan perfecto e inmaculado que no sirve
para nada.
Otra vez hormonas, y
anticoagularme. Quince medicamentos por día (para regular: mi tiroide, mi
glucosa, mi vitamina b, mi homocisteína, mi coagulación, mi hipofibronilosis,
mis ovarios, mi endometrio).
Sólo tres
embrioncitos. Que se vinieron conmigo. Dos bellos y uno "de apoyo". Y
el pánico de mi cuerpo haciendo tonterías. Destruyendo lo que más amo en el
mundo.
Y Nochebuena, todas
las ilusiones, el arbolito y el pesebre. Y un regalo "para ellos". Y
mancho, marrón. Y mancho más. Rojo. Justo esa noche. Y apreté los dientes
fuerte. Me tragué el dolor. Y brindé bien alto. Les di una chance a mis peques.
Pero sobre todo a mi cuerpo.
Mi marido y yo
venimos peleándola desde hace mucho. 13 años de amor sabiendo que no íbamos a
poder ser padres. Tres icsis. Cuatro transferencias. Dos gametos que no valen
mucho y que, por si fuera poco, cuando están juntos se autodestruyen. Fallo de
implantación. Trombofilia hereditaria y adquirida. Y todos los problemas
inmunológicos juntos.
Esto fue todo y lo
único a lo que dedicamos este año.
El 2015 fue, sin
duda, el peor año de nuestra vida.
Sabiendo que el 2016
ya no nos traería otra oportunidad porque se nos iba la tercera y última…
Cuando por fin el
2015 terminaba, justo tres días antes de darlo por muerto y enterrarlo para
siempre.
Mi cuerpo me
demostró que podía. Y alguno de nuestros peques pudo agarrarse.
Aunque me sea
totalmente imposible asimilarlo todavía.
Tengo vida dentro
mío.
Y hoy escribo lo que
jamás creía.
Estoy embarazada.
Mi marido, nuestro/s peque/s y yo, sólo tenemos un deseo para este 2016, y es para ustedes!!!