miércoles, 16 de diciembre de 2015

Dia T (de transferencia... y de 3). (Parte I)


Tenía todo para estrenar, una bombachita rosa con mickey y minnie dándose besitos, que fuimos a elegir con amorcito el día anterior. Una remera con los looney tunes, y un shorcito de encaje divino. Las uñas de mis pies pintadas color arcoiris y un trebol en el dedo gordo. Nada podía fallar.


Me desperté a las 7 de la mañana totalmente asustada, sintiendo que sonaba el teléfono y que llamaban para decir que no había transferencia. Mi marido me dijo que en esta clínica no te llaman, esperan a que estés ahí y te lo explica el médico. Linda y estúpida manera que tienen los hombres de ver todo tan simple. Y de esa manera quería tranquilizarme?

Me pegué un baño. Tomamos unos mates. Y salimos. Temprano, como siempre (somos personas de pasarnos de puntuales). 13,30hs comencé a tomar mi botellita de agua recargable. Medio litro justo una hora antes. Ni una gota más! Esta vez venía con la ayuda de indicaciones estrictas de mi doc para tener la vejiga lo suficientemente llena pero no sentir que me hacía pis. Idea que resultó genial!!! (qué bien me hubiera servido conocer este detalle en las tres transferencias anteriores!).

Llegamos un poco antes de las 14. Las secretarias del segundo piso son un amor (como todos en la clínica) y, además, ya nos conocen bastante. Nos hicieron firmar consentimientos de descongelación y transferencia. Me pusieron la pulserita del all inclusive con mis datos e historia clínica, y bromearon con que incluía una caipirinha (yo pensé que, después de todo por lo que pasamos, no sería mala idea).
Nos sentamos en los silloncitos a esperar. Saqué foto a nuestros pies. Bromeamos un rato. Intenté subirla pero no tenía señal. Ni pude mandar ningún mensaje a la bella pandilla de twitter que esta vez venía conmigo a la transferencia! 

Nos llamó la enfermera. Nos tocó la habitación feíta. Y recordamos que era la misma que nos había tocado en la primer transferencia, donde tuvimos horribles noticias. A mi me corrió un escalofrío. Colocamos a Positivito sobre el mueble y me cambié (o descambié más bien). 

En no mucho entró nuestro doctor. Me preguntó cómo estaba. Y vi que en su mano tenía muchas fotos. Mi corazón se rompió en ese instante. Chau sueño de tener otra transferencia. Chau maldito tratamiento en donde todo había salido horriblemente mal, aunque debería haber sido el mejor por todo lo que habíamos mejorado y agregado. Lamenté haber tenido razón todo este tiempo. No piensen que soy una desagradecida, sé que para la mayoría poder transferir ya es una batalla ganada. Nosotros ya tuvimos tres transferencias, seis PERFECTOS embriones que no fueron nada. Y, si seguimos intentándolo a pesar de los problemas que tenemos, es porque generamos excelentes embriones. Entonces la falla era implantatoria. Y ahora? Qué nos había pasado ahora? 

Nos empezó a explicar que en el día de ayer habían descongelado la pajuela de 3 y, como imaginábamos, sólo uno estaba bien. Y que por eso él decidió poner a descongelar también la otra pajuela. Que teníamos entonces, dos muy bellos embriones, de 8 y 10 células, y un tercer embrión que no era tan bonito. Podíamos transferir los dos mejores, como hicimos siempre, y dejar el tercero en cultivo. Con la mayoría de las probabilidades que no resista en la estufita al día 5. 

O podíamos transferir los 3. 

En la primer transferencia los pasó lo mismo. Y dijimos que no. Siempre me arrepentí. No porque hubiera tenido chances. Pero afuera no las tenía seguro y me dio mucha tristeza "descartarlo". Y lo pongo entre comillas porque en realidad no es tan así. Pero dejarlo que siga adelante sabiendo que no tiene chances, en mi corazón, suena literal. Y, a esta altura, cada mini vida nuestra se sentía como importantísima.
Yo iba a contestarle que sí de entrada, me volví tan mamá en estos años que no daba del dolor pensar en dejarlo. Pero lo miré a mi marido y sus ojos salían por sus orejas. Así que me callé. Le contesté a nuestro doctor que la primera vez me preguntó y le dije que no, que ahora no era lo mismo. 

Y nuestro doctor asintió.
"Miren, a veces puede ser estratégico. Ya transferimos tres veces embriones hermosos y no funcionó. A esta altura, por ahí el embrión que nosotros vemos perfecto adentro no sigue, y por ahí el que no tiene la mejor calificación, resulta pegar el estirón en el útero".
Tenía razón. Tanto como que los biólogos inventaron sistemas, que perfeccionan día tras día, para clasificarlos. Y siguen sin saber la capacidad de implantación de ningún embrión. Pueden suponerla, con una tasa de exactitud bastante buena. Pero yo ya tendría que haberme embarazado tres veces seguidas.
Sentir que el tipo en el que confiás tu sueño, que más sabe de tus pequeños, que vive de congreso en congreso explicando estas cosas, y dicta conferencias, y es una eminencia en la materia, te diga que ya a esta altura no tiene la menor idea de qué te puede resultar, es muy fuerte! Y más aún, sentir que era él el que no quería dejar atrás al pequeñito más feo. Sentir que me quería embarazar, sea como sea. 

Hablamos un rato largo. Le preguntamos si no nos ofrecía esto porque los otros dos eran medio medio. Nos dijo que no, que eran dos excelentes embriones. Nos mostró sus células, el tamaño parejo, su poquita fragmentación, apenas unas bolitas pequeñas de costado. Eran hermosos los peques. Y yo no dejaba de mirar al tercero. Tanto que casi ni recuerdo como eran los dos que no estábamos cuestionando. 
Nos contestó que nos planteaba esto por la cantidad de tratamientos que llevábamos a cuestas. Que era decisión nuestra.

Y pasaba el tiempo. Nos volvió a decir que él no sabría que hacer. Que el riesgo de embarazo múltiple es bajo… y miraba las fotos y decía… y si… bajo… Como no convencido para nada. Nos dijo que teníamos tiempo de pensarlo. "Digamos como un minuto hasta que me vaya". Nos reímos. Pero callados los dos. Yo miraba a mi marido y estaba idiotizado. También nos mostró la foto de los otros dos embriones, que seguían adelante pero tenían signos de necrosis (nos lo marcó en la foto) y eso no era buen pronóstico.
Estaba nervioso, los embris esperaban y nosotros sin respuesta. Volvió a ver al tercero, y por fin nos dijo 

"Bueno, si me preguntan a mí, yo pondría los tres".
"Vamos entonces" le contesté.
Y en un pestaneo salió corriendo de la habitación. 
 
Así nos quedamos, helados los dos. No por la decisión sino por la angustia de saber que este tratamiento sí que había sido distinto. Que otra vez esa habitación nos volvía a dar malas noticias. No tendríamos plan B, ni búsqueda de hermanito, si segunda transferencia. No tendríamos otro ICSI. Ese día se nos iba la última chance de un embrión hecho por nosotros dos.
Yo lloré un par de veces. Y me volvía a limpiar las lágrimas porque tenía miedo que me vengan a buscar en cualquier momento. Yo no lloro. Nunca. 

Por fin, como al tercer o cuarto llanto, pude sonreír. Y justo vino la enfermera a buscarme.
Le di un beso grande al amor de mi vida y me fui.

2 comentarios:

  1. Bonita, espero de corazón q salga muy bien.
    Me encanta la preparación arcoiris y amorosa q habéis hecho los dos para recibir a los pequeñuelos

    Un besazo enorme y me quedo esperando la segunda parte

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  2. Esperó que OS vaya todo genial. La preparación colorida es lo más!
    Un súper beso preciosa, nos vemos en el banquillo de las betaesperantes

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