El 20 de octubre fue
mi último día de pastillita. Y, mientras dejaba la casa limpia, la ropa
doblada, la comida en el freezer y un poco de trabajo adelantado, me quedé
esperando a que la bendita aparezca.
Tenía ecografía
programada para el sábado, pero me la adelantaron al viernes. Y arrancábamos.
Y era jueves a la
noche y nada. Fui a caminar lejos y sin toallita en la cartera, salté sobre la
cama, me puse pantalón blanco y bombachita divina de estreno… nada de las cosas
que siempre hicieron que me venga.
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Cartelito que me escribió mi amor y encontré al despertar esa mañana. |
El viernes, 7 de la
mañana, me levanto horrendamente adolorida. Si, tarde pero seguro, hizo acto de
presencia.
A la tarde teníamos
el turno para eco. Nuestros médicos se iban a una conferencia en Estados Unidos
sobre fertilidad, y nuestro doctor en particular, se iba a tomar unos días de
vacaciones después, por lo que nos había ya consultado sobre que su ginecóloga
asistente nos atendiera el viernes y nos diera el inicio de pauta de medicación
para adelantar. Y que él estuviera la otra semana, en la siguiente ecografía y
retomarlo todo. Incluso, para que no haya problemas, ya habíamos pautado la
dosis de medicación de inicio para que no quedaran dudas. Ibamos a ir con 150
de gonal, esperando no volver a pasarme de rosca, pero que fuera suficiente
para que crezcan todos los pequeñitos.
Pero ese viernes,
esperando la eco, nos avisaron que nuestro doctor, y nuestra doctora, estaban
varados en Miami por el huracán Patricia. Que no habían podido volver. Y que la
ecografía me la iban a hacer otras médicas.
Me llamaron. Me
preguntaron toda la medicación que el médico nos había indicado. Les comenté
que era mucha porque íbamos a reclamarla al 100% y nos puso un standard de más
para que sobre y se pueda donar. Que sé que siempre me sobra. No me hicieron
mucho caso.
Mientras me
desvestía, me preguntaron qué tratamiento iba a arrancar. Les dije que un ICSI.
Me miraron raro y me preguntaron "con tus óvulos?". Y sí, es un ICSI.
No entendí el punto, tan avejentada me veía?!?! Hay ciertas profesiones en
donde es imperativo tener un poco de tacto, creo yo.
Una de ellas lee en
voz alta mi ficha y me pregunta "estás anticoagulada por riesgo de
trombosis!?!?!". Le digo que no, que eso va a ser en cuanto arranque con
las hormonas. Se asustan. Todos se asustan siempre. Y yo como una idiota
intentando quitarle importancia para no vivir asustada todo el tiempo.
Me subí a mi amigo
el potro, al que ya extrañaba, y en cuanto una de ellas colocó el ecógrafo
llamó a la otra "vení, mirá!". Y debo de confesar que me asusté,
tengo esos flashes de negativismo en donde, a la más mínima duda de quien me
hace la ecografía, empiezo a ver todos los fantasmas juntos.
Y se quedan las dos
mirando el monitor, un largoooo rato, mientras mi maldito amante siento que se
me va a salir por la garganta! De pronto una dice "ovario derecho:
17". Y la otra contesta "yo conté 22 pero poné 17".
Pucha, otra vez la
sorpresa vuelve a ser la no sorpresa. Otra vez voy a explotar!
Y me pongo feliz,
quién no. No quiero que crean que soy una desagradecida a mis pobres ovarios
que siempre trabajan a destajo y me dieron más de una satisfacción. Justamente,
mi problema no está ahí. Ese es el problema. Un problema que no sé si se puede resolver
porque no se sabe bien dónde está o cómo arreglarlo.
Me visto y me voy,
con la indicación de llamar mañana sábado, por la mañana, a mi doctora a su
celular para que me pase las indicaciones.
El sábado llega con
unos nervios terribles. Soy bastante vueltera con las cosas, y estuve, como es
lógico, toda la noche del viernes imaginando que no iba a poder comunicarme. Y
así fue. Horas marcando teléfonos, encontrándome con contestadores, hablando
con secretarias que no entendía nada.
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"Mensaje" que encontré en el bar donde almorzamos. Y mis uñas buscando un arcoiris. |
Mientras, teníamos
la reserva de un brunch en Nordelta (un lugar precioso) como pre festejo de
cumpleaños ya que el domingo era día de elecciones y eso no me permitía
festejar demasiado (ni encontrar nada abierto). Y yo iba por panamericana
marcando el dichoso numerito. Llegamos, estacionamos. Y ahí mismo, probé una
última vez. Me atendió mi doctora. Aleluya!!!!!!!!
Me dijo que era
imposible tener señal allá (vaya uno a saber) y que le habían pasado todos los
datos de la eco. Y que, por eso mismo, quería que arranque a inyectarme mañana
domingo, no hoy. Mañana por favor! Como implorándole a mis ovarios que no se
vayan de rosca. Como si un día modificara en algo.
Que arranque con 300
de gonal. Le digo que no, que es mi tercer ICSI y que siempre hiperestimulo,
que ya habíamos hablado con el doctor para que la dosis fuera más baja porque
en los dos anteriores comencé con 300 y 225 (cronológicamente hablando). Y que
eso lo había anotado él en mi historia clínica. Me contestó que la disculpe,
que ella no la tenía ahí y le era imposible leer todo. Que en la clínica le
habían pasado la cantidad de medicación que me había pedido el doctor e
interpretó que iba a ser una estimulación de tipo standard. Que la disculpe
nuevamente. Que arranque con 150 entonces.
Y yo me quedé. Cinco
horas. En el almuerzo. En las compras en el super para mi mini festejo de cumple al día siguiente.
Trabajando. Limpiando. Le daba y le daba vueltas. A una sensación horrible de
abandono, aunque no fuera culpa de nadie. Aunque mi doctor lo había dejado todo
organizado conmigo y yo lo entendía bien. Me pregunté qué hubiera pasado si yo
no tuviera tantas luces como creo tener.
A la tarde, en medio
de la confitería comprando unas masas, la doctora me mandó un mensajito con
toda la aclaración y el proceso escrito. Y reiterándome las disculpas por no
haber podido estar ahí. Y recién ahí me calmé. Me sentí bien. Aunque fuera una
tontería. Necesitaba saber que ella entendía lo importante del momento para mí.
No era nada grave,
ya lo sé. Pero soy una persona muyyyy organizada y necesito atenerme al plan
siempre. Ya el hecho de arrancar al día siguiente me molestaba. No porque no
fuera bueno, no soy quien para juzgar cuándo debo o no de empezar. Pero mi
cabeza trabaja y planifica tanto que cualquier cambio me desestabiliza.
Eran muchas cosas
juntas. Muchas emociones. Mucho en juego.
El domingo, 25 de
octubre, cumplí 41 años.
Y además, mi país votó para presidente y, después de
12 años de lo mismo, la gente eligió un ballotage, el primero de la historia.
Y, todavía más además, me di mi primera inyección de este tercer ICSI, cuarto
intento de ser mamá.
Con toda la emoción
del mundo. Sentadita viendo otra vez el video de cómo dar la inyección (como si
no lo supiera de memoria). Con la mano de mi marido sosteniendo la mía mientras
me pincho. Con todas las ilusiones puestas. Después de haber soplado una pequeña
velita verde (color esperanza) de una pequeña tortita que compartí apenas con
mi mamá y mis suegros, porque entre las elecciones y el tratamiento no podíamos
ampliar el festejo a más familia. Después de haber pedido el mismo deseo tres
veces.
Y recordando que
exactamente hace un año, tres días antes de cumplir mis 40, soportaba mi
segundo negativo. Y soplaba las velitas entre llantos.
Hoy las ilusiones
otra vez se renuevan. Porque hoy vuelvo a estar otra vez más cerquita. Un paso
más.
No pude tener mejor
regalo en este día, que sentir que la vida me vuelve a dar otra oportunidad.